Estábamos a solas mi novia y
yo en la pinada cercana a nuestra ciudad, había oscurecido, no teníamos nadie a
nuestro alrededor, en la distancia, estarían las familias a punto de cenar en
sus casas de la urbanización. -Quiero hacerte una pregunta, dijo ella. De
pronto una luz blanca coronó la sierra y un objeto, quizá un platillo apareció
inmóvil y a los segundos desapareció rápidamente. -¿Has visto eso?, preguntamos
al unísono. -Sí, sí, una luz muy brillante, dije yo. -Y un objeto volador, ¿no
lo has visto?, preguntó ella. -Sí, lo he visto también, le dije. -Qué cosa más
extraña hemos visto, mañana volvemos con una cámara, ¿qué me querías
preguntar?, le dije mirándola a los ojos. –No nada, no era nada, me dijo ella.
La acompañé a casa, nos dimos un beso y un abrazo y la perdí cuando cerró la
puerta. Yo ya estaba tumbado en la cama leyendo un libro de J.J. Benítez y me
quedé durmiendo. Dormí muy bien esa noche. Después de trabajar quedé con mi
novia y me eché la cámara de fotos. Allí estábamos otra vez los dos en medio de
los árboles bajo el negro cielo, pero esta vez con la cámara de fotos. -¿Qué me
querías preguntar ayer?, le dije. Es que me da un poco de vergüenza, pensarás
que estoy loca, me dijo. –Venga, tenemos confianza, ¿no?, le comenté. -¿Puede
ser que te vea todas las noches tomando café con la policía en el bar de la
estación que está enfrente de mi casa?, me preguntó mi novia. –Tengo que
sincerarme contigo y decirte la verdad, me ocurre a partir de mi adolescencia,
tengo el poder de la bilocación, no se lo he dicho a nadie hasta ahora, le
dije. De repente apareció una luz brillante que iluminó el cielo y pudimos ver
un objeto encima de nuestras cabezas. –La cámara, la cámara, gritó ella. La luz
y el objeto volador desaparecieron muy rápido. -¿Has podido hacer fotos?, me
preguntó mi novia. –Sí, Sí, he hecho varias, le contesté. “Veámoslas”, dijimos
los dos. Comprobemos que en una foto se observaba un objeto volador no
identificado. -Mañana vamos a la prensa, me dijo mi novia muy ilusionada.
Llegamos a la puerta de su casa. –Qué fuerte lo que te ocurre, me dijo ella.
–¿No estarás asustada?, le pregunté. –No, no, ni mucho menos, quiero vivirlo,
es muy emocionante, me respondió. Nos despedimos. Me marché a mi casa. Me
sentía muy relajado y me venció el sueño. De repente, sentí algo y en mi mente
aparecía yo en el bar sentado a la mesa con los agentes de la policía que
patrullaban la ciudad por la noche y vi a mi novia que me saludaba con una
amplia sonrisa desde su ventana.
Francisco José Blas Sánchez