viernes, 25 de marzo de 2022

Homenaje a Miguel Hernández

 

Poeta soñador, idealista, amante del pueblo. En mi opinión, no tuvo que participar en una guerra fratricida. Una gran injusticia que vivió la España del siglo pasado. Nunca tuvo que pisar la cárcel, su único delito fue ser poeta. Cantó a los aceituneros de Jaén, a los oprimidos… Rugen los versos del “Niño yuntero”, “Nanas de la cebolla”, como un viento enfurecido, el fulgor de un rayo que no cesa, en este 28 de marzo de 2022.  

 

Miguel Hernández en la memoria

 

En la soledad te encontraste

materializando sentimientos en versos

con influjos de luna.

 

El viento arrastraba tu aliento

en una España escindida.

No considerabas yerto al amor.

 

Tu ser epígono

te llevó donde no cesa el sueño.

 

¿Por qué esa discordia

que acecha al pueblo?

 

Ausente quieren dejar a la vida,

ausente quieren dejar al amor,

mientras acompaña la muerte

en el silencio hiriente

de una realidad de desazón.

 

La huerta quedó huérfana

llora la higuera al sol.

 

Cayó el grano de trigo a la tierra

poemas ecuménicos son fruto,

pasando de manos a manos

generación tras generación.

 

Miguel, yo te imagino

en el más alto pináculo

donde jamás el corazón endureció.

 

 

 

sábado, 12 de marzo de 2022

Noticias de guerra

 

Estaba yo con mis amigos jugando y haciendo travesuras en el río Dniéper. Me encanta mucho la naturaleza, adoro esas montañas boscosas de nuestro país, Ucrania. Con mi familia me he bañado numerosas veces en el mar negro. Recuerdo el día de mi comunión en la catedral Santa Sofía, fue algo misterioso y muy emotivo. He visitado el complejo monacal de Kiev Pechersk Lavra con mis padres. Es un lugar de peregrinación cristiano en donde se conservan reliquias de tumbas de origen escita y catacumbas con restos momificados de monjes ortodoxos, me explicó mi padre. He observado esas tumbas y catacumbas y no he sentido miedo, me sentía tranquilo. Muchas de las niñas de Ucrania son rubias con ojos claros, de tez blanca como la nieve. Sabía que gente emigraba a Europa para una vida mejor. Era un niño feliz, en la gente veía amor. En la ciudad de Kiev vivíamos con calma, algarabía y risas. Estudiaba mucho, por las noches leía muchos libros con mi linterna a solas en mi habitación.

Pero de repente todo cambió. Mis padres estaban nerviosos. Me dijeron que no viera la televisión. Me prohibieron ir a jugar con mis amigos al río Dniéper. Que no me alejara de nuestro hogar. En los rostros de las personas que veía cerca de casa advertía tristeza, miradas atemorizadas. Los niños no podíamos ir al colegio. “¿Qué está ocurriendo?”, le pregunté a mi padre. “No te preocupes hijo, estamos en un aprieto”, me respondió. Pude ver en la televisión ante un descuido de mis padres hablar al presidente de nuestra nación Ucrania Volodímir Zelenski que íbamos a tener una guerra al tener que defendernos de la invasión por parte de la Rusia de Vladímir Putin. Eran noticias de guerra. “Pero ¿por qué?”, “¿qué mal hemos hecho contra Rusia?”, me pregunté. No entendía nada.

Pasaban los días y ya no había calma, algarabía y risas en las calles de Kiev. Decía la gente que la Iglesia se quedaba en nuestro país para ayudar ante esta grave tribulación. Los soldados iban a salvar a nuestra nación. Con el paso del tiempo tendríamos que dejar nuestro país mediante corredores humanitarios. “¿Por qué no capturan a Putin?”, “menos mal que tenemos topos en la inteligencia rusa y han salvado la vida de nuestro presidente Volodímir Zelenski”, oí a mi padre hablar con mi madre.  

Ya no soy un niño ucraniano tan feliz, veo en la gente miedo, inquietud, nerviosismo y sufrimiento. Sin duda es por falta de amor. He llegado a ver gente asesinada y eso solo lo leía en mis libros.

Francisco José Blas Sánchez

viernes, 11 de marzo de 2022

Azotea

 

Era invierno. A las ocho ya estaba de noche. Era la hora en que cenaban la recién pareja de casados. Las cerraduras de la puerta estaban cerradas. Solo una de ellas se podía abrir por fuera. Fue un calculo de seguridad que tuvo el marido. Su enemigo lo sabía. Vivian en un tercer piso. Era un barrio tranquilo rodeado de edificios. A las diez de la noche ya estaban en su dormitorio, al día siguiente trabajaban.

No había gente en la calle. Cada media hora pasaba la policía por el barrio. Eran las dos de la madrugada. Una persona vestida de negro y con pasamontañas abrió la puerta del edificio. Cogió el ascensor para ir a la última planta, luego subió las escaleras para llegar a la puerta de la azotea que pudo abrir sin dificultad. Desde la azotea se deslizó hacia abajo con una cuerda por el patio de luces hasta el tercer piso donde dormía el joven matrimonio entrando por la galería. Nadie le vio. Estaba oscuro y en silencio. Llegó hasta el dormitorio y con su arma con silenciador los asesinó descerrajándoles varios tiros. Enseguida salió por la puerta del tercer piso y la cerró con su llave maestra. Salió a la calle y quiso llegar hasta su coche. De repente llegó una patrulla de la policía.  

Ja, acabo de asesinar a esa pareja de jóvenes que tanto odiaba, sí a esos del tercer piso y los capullos de la policía no lo saben, no se enteran de nada, pensó.

De repente sonaron las sirenas de la policía. Salieron los dos agentes.

¡Alto! ¡Contra la pared! ¡No se mueva!

El hombre de negro no se lo creía.

¿Qué ocurre? ¿por qué me detienen?

Acaba de asesinar a un joven matrimonio.

¿Cómo? Yo no he hecho nada.

Le pusieron las esposas. Fueron los agentes y el asesino al tercer piso. Esperaron a que llegara el juez y demás policía.

No tuvo escapatoria. Yacían en la cama en un charco de sangre los cuerpos asesinados delante de sus narices.

¿Cómo me habéis descubierto?, dijo el asesino.

Es secreto, dijeron los policías.

Cuando terminó el juez se lo llevaron a la comisaría y lo metieron en el calabozo a la espera de su abogado.

Los agentes se quedaron solos.

No saben que tenemos un aparato en todos los coches de policía que lee la mente de las personas.

Lastima que no le hemos visto antes. Aunque éste va a pasar a la sombra mucho tiempo.

Francisco José Blas Sánchez     

 

 

miércoles, 9 de marzo de 2022

El conductor de gafas oscuras

 

Miré por la ventana de mi habitación a la calle una tarde cualquiera. Faltaba poco para el crepúsculo. Entonces vi un coche aparcado en doble fila. El conductor miraba de frente con sus gafas de color negras. Miró hacía atrás. Un coche salió de la esquina de la calle donde estaba estacionado. En este lugar aparcó el conductor de gafas negras. Salió de su coche todo chabacano. En pocos minutos llegó otro coche donde subió el conductor de las gafas oscuras y ambos se largaron del lugar.

Algo ocurre. Esto resulta sospechoso, pensé.

Llamé a la policía. Le conté la situación sospechosa. Le di el número de matricula y el color del coche, la marca del automóvil era difícil de saber. También les comuniqué el nombre de la calle. Tomaron nota.

Me llamaron por teléfono pasada una hora. Ha podido ser una desgracia, me dijeron. ¿Qué hubiera ocurrido?, me pregunté.

Hemos inspeccionado el coche y contenía explosivos, era un coche bomba, me dijeron.

No tuve noticia si detuvieron a alguien.

 

Francisco José Blas Sánchez

 

 

 

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