Era invierno. A las ocho ya
estaba de noche. Era la hora en que cenaban la recién pareja de casados. Las
cerraduras de la puerta estaban cerradas. Solo una de ellas se podía abrir por
fuera. Fue un calculo de seguridad que tuvo el marido. Su enemigo lo sabía. Vivian
en un tercer piso. Era un barrio tranquilo rodeado de edificios. A las diez de
la noche ya estaban en su dormitorio, al día siguiente trabajaban.
No había gente en la calle.
Cada media hora pasaba la policía por el barrio. Eran las dos de la madrugada. Una
persona vestida de negro y con pasamontañas abrió la puerta del edificio. Cogió
el ascensor para ir a la última planta, luego subió las escaleras para llegar a
la puerta de la azotea que pudo abrir sin dificultad. Desde la azotea se
deslizó hacia abajo con una cuerda por el patio de luces hasta el tercer piso donde
dormía el joven matrimonio entrando por la galería. Nadie le vio. Estaba oscuro
y en silencio. Llegó hasta el dormitorio y con su arma con silenciador los
asesinó descerrajándoles varios tiros. Enseguida salió por la puerta del tercer piso y la cerró
con su llave maestra. Salió a la calle y quiso llegar hasta su coche. De
repente llegó una patrulla de la policía.
Ja, acabo de asesinar a esa
pareja de jóvenes que tanto odiaba, sí a esos del tercer piso y los capullos de
la policía no lo saben, no se enteran de nada, pensó.
De repente sonaron las sirenas
de la policía. Salieron los dos agentes.
¡Alto! ¡Contra la pared! ¡No
se mueva!
El hombre de negro no se lo
creía.
¿Qué ocurre? ¿por qué me
detienen?
Acaba de asesinar a un joven
matrimonio.
¿Cómo? Yo no he hecho nada.
Le pusieron las esposas.
Fueron los agentes y el asesino al tercer piso. Esperaron a que llegara el juez
y demás policía.
No tuvo escapatoria. Yacían en
la cama en un charco de sangre los cuerpos asesinados delante de sus narices.
¿Cómo me habéis descubierto?,
dijo el asesino.
Es secreto, dijeron los
policías.
Cuando terminó el juez se lo
llevaron a la comisaría y lo metieron en el calabozo a la espera de su abogado.
Los agentes se quedaron solos.
No saben que tenemos un aparato
en todos los coches de policía que lee la mente de las personas.
Lastima que no le hemos visto
antes. Aunque éste va a pasar a la sombra mucho tiempo.
Francisco José Blas Sánchez