Estaba yo con mis amigos
jugando y haciendo travesuras en el río Dniéper. Me encanta mucho la
naturaleza, adoro esas montañas boscosas de nuestro país, Ucrania. Con mi
familia me he bañado numerosas veces en el mar negro. Recuerdo el día de mi
comunión en la catedral Santa Sofía, fue algo misterioso y muy emotivo. He
visitado el complejo monacal de Kiev Pechersk Lavra con mis padres. Es un lugar
de peregrinación cristiano en donde se conservan reliquias de tumbas de origen
escita y catacumbas con restos momificados de monjes ortodoxos, me explicó mi
padre. He observado esas tumbas y catacumbas y no he sentido miedo, me sentía
tranquilo. Muchas de las niñas de Ucrania son rubias con ojos claros, de tez blanca
como la nieve. Sabía que gente emigraba a Europa para una vida mejor. Era un niño
feliz, en la gente veía amor. En la ciudad de Kiev vivíamos con calma, algarabía
y risas. Estudiaba mucho, por las noches leía muchos libros con mi linterna a
solas en mi habitación.
Pero de repente todo cambió. Mis
padres estaban nerviosos. Me dijeron que no viera la televisión. Me prohibieron
ir a jugar con mis amigos al río Dniéper. Que no me alejara de nuestro hogar. En
los rostros de las personas que veía cerca de casa advertía tristeza, miradas atemorizadas.
Los niños no podíamos ir al colegio. “¿Qué está ocurriendo?”, le pregunté a mi
padre. “No te preocupes hijo, estamos en un aprieto”, me respondió. Pude ver en
la televisión ante un descuido de mis padres hablar al presidente de nuestra
nación Ucrania Volodímir Zelenski que íbamos a tener
una guerra al tener que defendernos de la invasión por parte de la Rusia de Vladímir
Putin. Eran noticias de guerra. “Pero ¿por qué?”, “¿qué mal hemos hecho contra
Rusia?”, me pregunté. No entendía nada.
Pasaban los días y ya no había
calma, algarabía y risas en las calles de Kiev. Decía la gente que la Iglesia
se quedaba en nuestro país para ayudar ante esta grave tribulación. Los
soldados iban a salvar a nuestra nación. Con el paso del tiempo tendríamos que
dejar nuestro país mediante corredores humanitarios. “¿Por qué no capturan a
Putin?”, “menos mal que tenemos topos en la
inteligencia rusa y han salvado la vida de nuestro presidente Volodímir
Zelenski”, oí a mi padre hablar con mi madre.
Ya no soy un niño ucraniano
tan feliz, veo en la gente miedo, inquietud, nerviosismo y sufrimiento. Sin
duda es por falta de amor. He llegado a ver gente asesinada y eso solo lo leía
en mis libros.
Francisco José Blas Sánchez
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