Cuando era niño me preguntaba
por tanta obligación debido a tener que acudir al colegio y realizar tantas y
tantas tareas de estudio, gimnasia y, cómo no, hacer los deberes por la tarde,
para que a la mañana siguiente no me ganara el enfado del profesor. En mi
imaginación revoloteaba el porqué de tener solamente media hora de descanso
cada día en el conocido recreo donde todos los niños y las niñas éramos libres.
Me encantaba vivir las aventuras con mis compañeros de clase considerándolos a
todos ellos mis amigos. Pero una pregunta que me hice en mi interior fue
desvelada con el paso del tiempo al madurar el fruto de la infancia en la sazón
de la adolescencia. ¿Por qué tenía yo que estudiar la vida y obra de unos
hombres y mujeres que no conocía? Sí. En concreto me refiero a la literatura.
Esa arquitectura de pensamiento y sentimiento edificada en el papel de la vida
desde hace mucho tiempo siguiendo todavía la construcción de la obra hasta el
final del mundo. Nombres y nombres de hombres y mujeres que tenían vida en los
libros aglutinados en las estanterías. Pero hubo un nombre en ese misterioso
océano de las palabras que se nombraba mucho en la ciudad de Orihuela. Miguel
Hernández.
Al tener inquietud artística
en mi adolescencia y haber formado un grupo de música con dos amigos del
colegio, esos nombres de hombres y mujeres cobraban más sentido. Tenía que
escribir canciones y precisamente fui el escogido por mis amigos para cosechar
palabras melódicas para las canciones del grupo de música. Tenía que leer las
creaciones de otros creadores para que se enriqueciera más mi labor como
letrista. Entonces ese niño, que habita en el corazón, cambió cuando conocí el
poema titulado “El niño yuntero”.
Miguel Hernández; una vida y
una obra escritas en la historia. Su casa natal, su casa museo. (¿Y ese
sentimiento profundo con mezcla alegre y taciturno que todos experimentamos
pisando su suelo, vistiendo sus paredes donde estaba vivo Miguel?). Algunos de
sus herederos estaban cerca de mí en la ciudad de Orihuela. Sentía algo mágico
con todo ello. A pesar de escribir canciones, premiadas con buena crítica de
mis amigos y desconocidos, no me atrevía a escribir poemas. Tenía y tengo
todavía mucho respeto a la poesía y a la figura del poeta.
Entonces fui conociendo más a
ese hombre de Orihuela que llegó hasta el alto pináculo de la historia de la
literatura Española. Un hombre sensible, imaginativo, romántico y no dudo de su
afable corazón. Por poner un ejemplo compartió con los miembros de la
generación del 7 esa renovación de la poesía a favor del hombre, como dicen los
estudiosos de la obra de Miguel. E influyente para la generación del 50. Leía
sus poemas y me decían algo extraño. Con el paso del tiempo esas palabras en el
papel cobraban vida en mi pensamiento y sentimiento. Un poeta que murió en la
cárcel. ¿Por qué?. Eso no tenía mucho sentido para mí. Ese hombre, poeta y
perito cantando romances, encarcelado en ausencia, cantándole a la luna,
mientras en la obligada distancia estaba sola su mujer Josefina Manresa. Sus
cartas eran vino para Miguel. Descubrí esa vieja denuncia en los años más
difíciles de España. Esa denuncia no era: Viento del pueblo. Y no sólo con esa
denuncia hicieron daño a Miguel y a todos sus amigos y familiares. Fue
doblemente hiriente para Pablo Neruda porque dejaron en vano su ayuda. Descubrí
que sufrió mucho. Unos hombres con mala
intención le acechaban. La belleza es atenazada por la maldad. Percibiéndose
ese luctuoso sentir con el poema Nanas de la cebolla. Pero Miguel era un hombre
valiente y no era pesimista. Como dice un verso suyo: Dejadme la esperanza. El
sufrimiento que Miguel sintió en su vida, a tan corta edad, fue el
desencadenante de una obra fructífera. En todas las disciplinas del arte,
cuando la obra tiene éxito, siempre es porque tiene una peculiaridad que salta
a la vista de quien la observa pausadamente. Sin duda esa obra es el fruto de
una profundidad que ha sentido el creador, en su persona, formándose en su
introspección y toda esa energía de sentimiento de belleza lo canaliza
expresándolo materialmente nacido del espíritu.
En muchas ocasiones he leído
poemas en la casa museo de Miguel Hernández y pienso seguir haciéndolo. En la
distancia con el transcurrir de los años me invitaron a leer un poema en homenaje
a Miguel, en un viaje a Barcelona, organizado por Amics de la poesía del Casc
Antic, en Casal del Metgel, coordinado por Benita Moreno García, el Foro Social
de Orihuela como invitado y el Ayuntamiento de Orihuela como colaborador.
Resultó ser un acto conmovedor. Me emocioné, disimulando a la vez para que no
se notara, cuando comentó la encargada de presentar el acto, la escritora
Antonina Rodrigo, que Federico García Lorca llegó a tocar el piano que estaba
sobre el escenario ante todos nosotros. Lloró Miguel el fusilamiento sin juicio
de Federico García Lorca y lloró también Miguel cuando falleció su gran amigo
Ramón Sijé. Las lágrimas de Miguel están recogidas en sus libros. ¿Y su amigo
Vicente Aleixandre? Con dolor por la muerte de Miguel le dio vida en forma de
poema.
Qué curioso, pensé. Viajando
yo a Barcelona para homenajear a Miguel Hernández. Entonces me vino a la mente
los viajes de Miguel que hizo a Madrid y a Rusia como un soldado de armas y
letras, luchando en la batalla para conquistar por aquello que él soñaba en
forma de versos. Miguel entendía lo que era una guerra. Pero eso sí, era un
soldado de pluma y papel.
Casualidades de la vida y por
amor a la belleza del arte humanizado que te ayuda a seguir viviendo. Tuve la
gran oportunidad de conocer a una excelente persona y poeta como es José Luis
Zerón Huguet. Conociendo asimismo a casi todo el entorno de personas
pertenecientes a la revista de creación Empireuma. Esa amistad con escritores
de Orihuela y foráneos es el fruto por el amor a la poesía. El amor y la poesía
son un binomio. Como dejara escrito Lope de Vega: ?El amor fue el inventor de
los poemas?. Y la poesía es sinónimo de
amistad. Como bien inmortalizó Miguel a muchos y muchos amigos de España en el
poema: Vientos del pueblo me llevan. Hablando de amistad y de poesía destaco la
siguiente anécdota. En dos encuentros con el hijo del pintor alcoyano Miguel
Abad Miró, conversando amablemente ambos, le comenté con respeto y cariño a la
vez, que su padre Miró y Miguel aparecen en todos los libros y artículos de
prensa que se conocieron por primera vez en el Reformatorio de Adultos de
Alicante. Y él, me dijo tajantemente, con un tono entrañable, que no era cierto
pues años antes se conocieron y mantuvieron una estrecha amistad. Como se sabe
se sigue investigando sobre los coetáneos de Miguel.
Escuchando al pensamiento me
decía que todo esto era una aventura mágica que ya comenzó cuando era un niño
teniendo sobre mis manos un libro lleno de fotos de hombres y mujeres (ahora
les conozco más) y lleno de palabras, resultando ser todo esto eterno. Como una
canción que nunca terminaría. Llegando a cierta edad para alcanzar la madurez
de adulto, encuentro la libertad plasmada en los libros donde la vida es una
belleza de un mundo de lectura y escritura. Todo esto es como: “El rayo que no
cesa.”