Me contaron en una ocasión,
que había un hotel junto al mar, en un reino de nuevo cielo y nueva tierra
donde habitaban unos ilustres escritores. El hotel todo de manera estaba ubicado
en la orilla de una extensa playa con mar abierto. Uno se deleitaba con el alba
y el crespúsculo, con días soleados o con días tormentosos debido al fuego de
los dioses. Estaban hospedados Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Federico
García Lorca, Miguel Hernández… En cada una de las puertas de entrada a las
habitaciones; que eran de diferentes colores, tenían escrito un lema cada escritor:
“La muerte es la única verdad”, “Se hace camino al andar”, “pero que todos sepan que no he muerto”,
“Mi nombre es barro aunque Miguel me
llame”… El hotel contaba con un salón grande que era una biblioteca repleta
de libros que daba a un amplio jardín. Todas las noches, después de cenar, uno
de ellos era el protagonista para dar una conferencia. Una de ellas tuvo mucho
éxito, fue la titulada: “Pensamientos
sobre Dulcinea”. Todos ellos, eruditos, estudiaban y llevaban a cabo una
investigación sobre las musas.
El servicio del hotel estaba compuesto de querubines, serafines y hadas. La
cafetería del hotel era grande y espaciosa con enormes cristaleras. El hotel
contaba con una escalera de caracol que daba a una azotea y se podía tocar el
cielo con la punta de un dedo. El menú del día siempre contaba con una variedad
de bebidas y comidas de diferentes naciones. Todos ellos, clientes y
trabajadores vestían de seda. Todas las sábanas de seda. Decían que algunas
noches las musas visitaban el hotel y el amor era libre y verdadero. Todas las
noches de luna llena tocaba el piano Federico García Lorca y cantaba canciones
populares, se olía a jazmín y se oía el canto de las sirenas, sin seducción ni
engaño. La mayoría de las noches se iluminaban con la luz trémula de las velas,
en otras ocasiones, solo con el ámbar de los griegos. El dueño del hotel era un
genio que ofrecía alojamiento a todos los enamorados de la palabra, que anhelaban
hacer realidad sus sueños y ansiaban conquistar sus deseos. Decía a toda la
gente: “Conoce el significado de todas las palabras para cambiar el mundo”. Dicen
que Dios era tan inmensamente feliz y estaba tan contento con este hotel y sus
gentes que intervenía para que no se abriera la caja de Pandora. No sé si será
verdad, si solo existe en la imaginación, pero, ¿por qué no podría existir un
hotel así?.
Francisco José Blas Sánchez
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