Anthony esperaba su turno en
el INSS, mientras tanto un hombre un poco mayor que él le miraba con ojos
desafiantes. Anthony mirándole a la cara le mostró su crucifijo. Estaba muy incómodo
ante la situación. Se dirigió al portero.
Me voy a ir a casa, son ya más
de las tres de la tarde y somos muchos.
Haces bien - dijo el portero -
mientras cerraba la puerta.
Entonces, de repente, Anthony
oyó voces estridentes que procedían de algún posible diablo.
¡Abra la puerta!, escuchó
Anthony.
¡¿Qué prisas son estas?!, dijo
el portero.
Anthony tuvo que salir corriendo
del INSS dirigiéndose donde estaba aparcada la moto de su hermano, quitó el
candado, la arrancó, y a gran velocidad se marchó a su casa.
Abrió la puerta y todos
estaban en la cocina comiendo, menos su hermana mayor que estaba en su
habitación. En la televisión daban las noticias. El presidente del Gobierno
Aznar oraba en el Congreso de los Diputados.
¡Callarse, quiero escuchar!,
dijo angustiado Anthony.
Estos no te van a salvar la
vida, dijo su hermano.
Anthony se dirigió a la
habitación de su hermana mayor.
Estoy en problemas.
No te preocupes, todo irá bien.
Anda come tranquilo. Luego hablamos, dijo cariñosamente su hermana mayor.
No fue normal lo que sucedió
en el INSS. Aquella noche nada lejana del tipo siniestro a los pies de su
furgoneta. El hombre mayor que le increpó. Era anormal la situación en España
en el año mil novecientos noventa y siete, pensó Anthony.
Pasó varios días seguidos
encerrado en casa y se tragó todas las noticias sobre el secuestro de un
concejal de Ermua. Resulta que se llamaba Miguel Ángel Blanco, concejal del PP.
Parecía que España iba a vivir una revolución. Repletas las calles de España de
millones de almas. Todos condenando el ultimátum de los enemigos. En cuarenta y
ocho horas matarían a Miguel Ángel Blanco si no eran acercados todos los presos
del enemigo al País Vasco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario