En la noche la ciudad ha sido
custodiada por ángeles custodios. Los panaderos prácticamente han elaborado ya
todo el pan. Abren los primeros bares donde laboriosamente se ganan el sustento
los camareros. Tímidamente a las seis de la madrugada aparecen pocos coches por
sus calles, mientras se van incorporando al trabajo los limpiadores. Se oye el
canto el Gallo y se ve el vuelo del Mirlo. Con gran misterio las tinieblas
serán borradas al despuntar el día apareciendo por el este el ígneo sol que sin
prisa iluminará la huerta circundante y la ciudad. Sobre las siete es la hora
punta y los coches, taxis, autobuses, furgonetas, incluso algunos camiones
atraviesan las arterias para acudir a su lugar de trabajo. El caminante mira el
espectáculo del cielo, cómo la luz del astro sol da vida luminosa a la sierra,
los edificios, las calles, avenidas, todo iluminado con las primeras luces del
día, mientras el sentimiento es de relajación. La naturaleza enjaulada en la
bella glorieta Gabriel Miró que ahora está más decorosa la estatua del
escritor. La gente yendo a la estación de tren Miguel Hernández cruzando los
majestuosos andenes. Las palmeras apuntan al cielo. Sobre las nueve en la plaza
Ramón Sijé abre la Biblioteca Fernando de Loaces. La calle de san Juan cobija
la casa natal del poeta. ¡Cuántas veces he leído versos en su casa museo! Impoluta
su estatua como su alma. Hace pocos años se dedicó un pequeño rincón a Sara
Montiel. Antes de las nueve se llenarán todas las aulas de los estudiantes.
Estarán repletas las cafeterías y llenos los bares para el desayuno. Tiempo de respiro
para los huertanos y trabajadores. En Severo Ochoa he leído libros. Se hace
presente el vuelo de la Abubilla en la huerta y el vuelo del Cernícalo en la
ciudad. Algún que otro edificio en construcción. En ruinas el casco histórico. Olvidada
la Calle mayor, Santiago Ramón y Cajal. Otra vez hora punta a la hora de comer.
Testigos los pocos gorriones de la ciudad. Ruido y algarabía en la ciudad hasta
que se haga la noche y de nuevo los coches atraviesan Oleza. En lo alto del
Monte San Miguel el Seminario goza de vida religiosa otra vez. La señora Cruz
de la Muela preside la vida de todos sus ciudadanos. Una vez fue derribada.
Corre el peligro de quitarla, aunque no podrán los enemigos de lo ajeno.
Catedral e iglesias fortifican la ciudad. Nuestro río agonizante cruza
sinuosamente la ciudad. El tren como lanza al costado llega a la estación. Poco
antes de declinar el día es realidad el trino de los pájaros. El caminante
puede contemplar el crepúsculo en la calle Oriolanos ausentes. Y otra vez la
noche cubrirá de sombra a todos los ciudadanos. Iluminados con la tenue luz de
las farolas las calles, los monumentos y parques. Entonces un revoloteo de
murciélagos reinará en la oscuridad. Y el descanso lo presidirán la luna y las
estrellas.
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