La guerra civil produce una escisión
en nuestra literatura – autores del interior, autores del exilio – interrumpiendo
las corrientes renovadoras de preguerra. Los años cuarenta, por otras
circunstancias – una de ellas la censura – se produce una profunda
incomunicación cultural; la novela se convierte convencional y tradicional. Sin
embargo, y a pesar de la poca calidad, el desarrollo cuantitativo del género es
importante.
Con la publicación en 1942 de
la novela La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela resultó ser
un importante suceso; inaugurando la corriente tremendista y otros autores
seguirán su estela. No es un hecho aislado. En 1945, Nada de Carmen
Laforet inicia una corriente existencial, que expresa la soledad, la
frustración, la miseria moral y material de España del momento. En esta década la
novela refleja frivolidad, olvido de los acontecimientos trágicos, surgiendo un
realismo tradicional con tonos de trivialidad. El nuevo régimen de autarquía y
sus gestas también tendrá sus escritores y lectores.
En los años cincuenta surge un
nuevo rumbo en nuestra narrativa. En 1951 se publica La Colmena, de
Cela, y la novela da un giro hacia el relato objetivo. Los escritores de la
generación del medio siglo sembrarán el realismo social en sus dos variantes:
objetivismo y realismo crítico, teniendo el propósito de agitar conciencias y
denunciar las injusticias sociales. Aunque se criticó la pobreza técnica y
estructural de esta corriente, logró la creación del personaje colectivo, la
reducción del espacio – temporal y el objetivismo, influyendo en la narrativa
posterior.
En los años sesenta se
producen cambios sobre todo en los aspectos técnicos, por la influencia de
grandes escritores extranjeros: Proust, Kafka, Joyce, Faulkner. La novela Tiempo
de silencio publicada en 1962 de Luis Martín Santos impregnará las influencias
de las nuevas corrientes, siendo una obra decisiva en el desarrollo del género.
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