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“La vida es lo más
grande: perderla es perder todo”, Bertolt Brecht.
La
noche es mística. Nos envuelve en su misticismo. El poeta en la noche se
embelesa y entra en arrobamiento. Algo así conseguía sentir Liberto. Quería
llegar a ser más espiritual, no veía obstáculos para ello, en secreto anhelaba
ser un gran místico, un gran asceta, sin embargo, sabía que era una tarea
difícil. Aunque la vida es muy
traicionera, también es generosa. Él pensaba que Dios ha hablado a las
distintas culturas y religiones que hay en el mundo. Meditaba sobre algo que escuchó
en labios de Agatha sobre Confucio: “La riqueza y la reputación son dones
del Cielo”. ¿Un Dios bueno quiere de verdad la pobreza y que personas
mueran de hambre? La respuesta definitiva es que no. Dios es completamente
inocente. La vida se pierde cuando dejas de pensar en Dios, cuando no te
importa el prójimo y cuando te traicionas a ti mismo. Liberto sabía que
Jesucristo era la verdad, nuestro camino de vida. La vida es la gran aventura.
José, el escritor, era quien más amaba la vida, estaba enamorado de ella. Este
era buen conversador al estilo de Sócrates. Todos ellos habían estudiado y
debatían en tertulias amistosas que: “Sócrates representa el pensar que
está-en-camino combinado con el saber del no-saber.” Leían de todo y lo
argumentaban. Ellos admiraban y no idolatraban.
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