Su primer amor se llamaba
Cristina. Con ella sintió su cuerpo alimentando así el alma. Liberto caminó por
su primera experiencia amorosa desde la lejanía con la incertidumbre,
acompañándole el miedo y la timidez, acercándose desde la fría soledad
encontrando, tras los pasos, confianza y empatía, hasta llegar, al final del
tramo andado, en compañía de un calor fundido los dos en una sola llama. En la
dualidad de un idilio hay cabida para todo. Cristina era un tanto traviesa,
haciendo pasar verdaderos suplicios a Liberto. Pero era una mujer muy generosa
sexualmente, produciéndose momentos inolvidables que compensaban. Su madre se
preocupaba en que su hijo no se cegara. Pero sin duda era un amor verdadero. La
vida los separó físicamente, aunque en sueños y pensamientos estaban unidos. Ambos
se soñaron. “He soñado contigo”, le dijo en cierta ocasión Cristina. Pasaba el
tiempo y no coincidían. Una noche de farra Liberto la vio bailar en un pub, vestía
de novia, se había casado, sin pensárselo se dirigió a ella, se saludaron, se
dieron un par de besos y bailaron juntos una canción de amor. Cristina le
miraba a los ojos y Liberto guardaba silencio. Te deseo que seas muy feliz,
dijo Cristina.
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