El movimiento obrero
La industrialización estimula
migraciones masivas del campo a la ciudad, progresan las ciudades y surgen las
fábricas. Sin embargo, también aparecen los efectos sociales negativos del
capitalismo: la clase social dueña de los medios de producción – la burguesía –
se enriquece explotando laboralmente a la que solo tiene su fuerza en el
trabajo, el proletariado. Las condiciones sociolaborales que este debe soportar:
jornadas largas y extenuantes, salarios exiguos, ínfimas condiciones higiénicas
y de protección frente a los numerosos riesgos laborales, trabajo y explotación
de mujeres y niños, alojamientos insalubres. Ante la pasividad de los gobiernos
burgueses, incapaces de promulgar una legislación social justa que los remedie,
generan en los trabajadores inmediatas posiciones de rechazo. Aunque para que
su lucha contra la situación sea eficaz, será preciso que adquieran conciencia
solidaria de que sus problemas son los mismos en todo el mundo, y la
experiencia de que una acción efectiva debe estar organizada a nivel
internacional: conciencia de clase y asociación. El impulsor de ambos elementos
fue el proletariado industrial. Con él nació el movimiento obrero. Y lo mismo
que la Revolución Industrial aflora en Inglaterra, también allí brotaron las primeras
respuestas a los problemas sociales que generó. Los que idearon esas respuestas
fueron pensadores no proletarios, pero conscientes de la necesidad de crear un
orden social más justo: los socialistas utópicos daban soluciones idealistas, los
radicales reclamaban soluciones políticas y los sindicalistas primero se
organizaron en sindicatos de oficios y después en una gran central sindical
única. Entretanto en el movimiento obrero convivieron ideologías y planteamientos
diferentes para cambiar la sociedad: el socialismo, el anarquismo y el sindicalismo.
Todos contribuyeron a crear las Internacionales obreras, organizaciones supranacionales
de lucha para conseguir una sociedad justa.
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