miércoles, 14 de agosto de 2024

EL ESCRITOR ENAMORADO. JAVIER PUIG.


Sobre El escritor enamorado, de Francisco José Blas Sánchez

 

Encontramos en esta obra una libertad compositiva que favorece la amenidad a lo largo de todas sus páginas

 

 

El escritor enamorado (2024) es la segunda novela publicada por Francisco José Blas Sánchez, tras La razón herida, y después de cinco poemarios editados por Celesta. Encontramos en esta obra una libertad compositiva que favorece la amenidad a lo largo de todas sus páginas. Apenas hay zonas de relato lineal, y la narración de lo que hace, siente, adora y piensa un grupo de amigos, se hace a partir de las diferentes entradas, a modo de pequeños textos que podrían ser los del diario de un melancólico observador del mundo propio y el adyacente, un mundo que va desgranando en sus conceptos y en las almas que lo ocupan, dando preferencia a la de Liberto, que se convierte en un protagonista que, en la mayor parte del libro, se arroga la primera persona, y de quien sospechamos que pueda ser el alter ego del autor, como tantas veces ocurre en las ficciones.  

A partir de las numerosas citas, de las incontables referencias, vamos conociendo las aficiones del protagonista, sus andanzas y las de sus amigos. Encontramos allí la omnipresencia de la música. Muchas entradas se inician con un epígrafe que dice: “Suena la música de…”. Y esos músicos pueden ser del pop, del rock y de música clásica. Y también está continuamente presente la literatura. Liberto es cantante de rock, pero también escribe, como lo hacen la mayoría de sus amigos. Y no falta la religión, tan apreciada por el autor como elemento ético. Ni las reflexiones sobre la actualidad, como la guerra en Ucrania. Pero tampoco las disquisiciones filosóficas. Todo ello contribuye a una riqueza de temas y perspectivas muy de agradecer, a una narración que tiene algo de ensayística pero que no pierde nunca el pie de la emotividad propia de unos personajes que sentimos muy reales, representantes de la más fundamental y cercana humanidad.

No es solo la diversidad de temas lo que contribuye a la viveza de esta narración fragmentada, sino también la variación en los enfoques, que van desde el relato en tercera persona, a la confesión en primera, a los diálogos, o a las numerosas y acertadas citas: “La vida es terriblemente milagrosa, dijo Augusto. Sí, amigo. La vida es terroríficamente bella, dije. “El dolor y el sufrimiento son siempre inevitables para una gran inteligencia y un corazón profundo. Las personas realmente grandes tienen una gran tristeza en la tierra”, Fiodor Dostoyevski, dijo Augusto”.

En los personajes −y especialmente en Liberto, el protagonista− respiramos una atmósfera de empatía, de buena voluntad: “Me conozco y me acepto y sigo caminando. Mi decisión por hacer el bien, por crear belleza, por hacer sentir bien a los demás es irrestricta. Oro a los dioses para no ser irredento. Para los dioses no somos irredentos. Para ellos somos luminosos, somos sus predilectos. Yo, sobre todo, canto a los últimos y pequeños (la fuerza la tienen los pequeños), a los desarraigados. Y ellos sonríen. Sin lugar a duda, son preeminentes”.

Hay también aquí una reflexión sobre la enfermedad mental, una defensa de la vida apostando por extraer sus más elevadas y benignas consecuencias: “No se sabe ciertamente qué es lo que provoca una neurosis… La mente sigue siendo hoy bastante desconocida. Para vivir esta vida hay que estar un poco loco, la verdad. Escritores y artistas han enloquecido. Otros se han suicidado. Nietzsche se volvió loco. Van Gogh era bipolar (tuvo alucinaciones y oía voces) y tenía epilepsia… Mantente hambriento y alocado, dijo Steve Jobs”. Hay que preservar, por encima de los golpes recibidos, un heroico proyecto de benignidad propia: “Nunca endureceré mi corazón. He probado de la hiel, pero no me ha vencido. Como arma tengo la palabra, la poesía, la literatura y la música. Mis destinatarios son los últimos y pequeños. Los olvidados de los olvidados. Los oprimidos y marginados. Las víctimas. A ellos les escribo y les canto”.

Y es que los personajes tienen un permanente trasfondo sombrío, pero luchan por iluminar la vida, por ensalzarla derrotando la tentación de la parálisis, de la queja: “Ando últimamente un tanto mohíno, taciturno. Ahíto de mí mismo. Quedo y solitario medito…En realidad, no sé si soy feliz o tal vez sí. Tengo momentos gozosos. Escribir o componer canciones me hace feliz. Leer un buen libro o ver una buena película me hace feliz. Creo que la felicidad se halla sirviendo a los demás. No me gusta que me constriñan cosas absurdas, cosas tontas. Soy un anarquista enamorado…”. Amar la vida es una elección insobornable: “La melancolía me hace escuchar a Medina Azahara, sus tristes o dramáticas canciones serenan mi alma y me hacen recordar cuando fui feliz… ¿Sufro más ahora o antaño? No lo sé. Elegí el amor y la verdad para sobrevivir. A pesar de sufrir el desamor”.

Pero ese afán de vitalidad no se construye sobre los momentos de la apariencia, sino que no elude los múltiples retornos a un desaliento contra el que hay que luchar: “Parafraseando a Denise Levertov, no sé si soy lo que pienso o lo que me ocurre. Ando una temporada con el pensamiento limitado (como si sufriera alogia) …”. “Miedo, tengo miedo, miedo a vivir, miedo a la muerte. Me aterra estar en el mundo, me angustia escucharme por dentro”.

Encontramos un lamento por cómo está hecho el mundo y por lo difícil que resulta crecer sanamente en él: “No nos enseñan cómo vivir. La maldad nos rodea. Los errores nos carcomen. A todo esto, cavilando, lo veo todo diáfano. Creo saber quién soy; soy ese niño que fui. Soy solo un niño. Un niño asustado quizás, pero un niño, se dijo”. Escribir es un alivio, un pequeño triunfo no demasiado alegre pero que hay que renovar, una actividad noble: “En la vida hay demasiada hostilidad, un mundo de odio y por consiguiente falto de amor. Por eso escribo, es mi forma de ofrecer mi amor al mundo”.

Y Liberto se pregunta cómo salvar esa distancia con los otros, a veces tan opuestos, tan distintos: “Al relacionarme con las personas vivo la alteridad, me siento distinto con las diferentes personas… Con cada persona siento un yo diferente o soy mis yoes. Es la multiplicación del yo”.  Ese puente tal vez sea la empatía extrema: “Liberto tenía un deseo satisfactorio: quería ser el tú de su amada. Quería ser el tú de sus amigos. No quiere ser yo, sino tú… Los otros son una oportunidad, dijo Liberto”.

El escritor enamorado es una novela singular, de tendencias anárquicas, que se apoya en una prosa que lejos de pretender oraciones largas, perfectas, busca la verdad a través de la acumulación de frases cortas que van constituyendo la veracidad de un pensamiento complejo y emocionado. El lúcido y sincero acercamiento a los personajes nos transporta a la vivencia de sentimientos limpios y nos sitúa pacíficamente en esa ardua lucha por una felicidad que nunca se completa, que debe convivir con los claroscuros y los altibajos de una realidad que hay que amar, aunque solo resulte parcialmente satisfactoria. 

Javier Puig

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