Sobre El escritor enamorado, de Francisco José Blas
Sánchez
Encontramos en esta obra una libertad compositiva que
favorece la amenidad a lo largo de todas sus páginas
El escritor enamorado
(2024) es la segunda novela publicada por Francisco José Blas Sánchez, tras La
razón herida, y después de cinco poemarios editados por Celesta. Encontramos
en esta obra una libertad compositiva que favorece la amenidad a lo largo de
todas sus páginas. Apenas hay zonas de relato lineal, y la narración de lo que
hace, siente, adora y piensa un grupo de amigos, se hace a partir de las
diferentes entradas, a modo de pequeños textos que podrían ser los del diario
de un melancólico observador del mundo propio y el adyacente, un mundo que va
desgranando en sus conceptos y en las almas que lo ocupan, dando preferencia a
la de Liberto, que se convierte en un protagonista que, en la mayor parte del
libro, se arroga la primera persona, y de quien sospechamos que pueda ser el alter
ego del autor, como tantas veces ocurre en las ficciones.
A partir de las numerosas
citas, de las incontables referencias, vamos conociendo las aficiones del
protagonista, sus andanzas y las de sus amigos. Encontramos allí la omnipresencia
de la música. Muchas entradas se inician con un epígrafe que dice: “Suena la
música de…”. Y esos músicos pueden ser del pop, del rock y de música clásica. Y
también está continuamente presente la literatura. Liberto es cantante de rock,
pero también escribe, como lo hacen la mayoría de sus amigos. Y no falta la
religión, tan apreciada por el autor como elemento ético. Ni las reflexiones
sobre la actualidad, como la guerra en Ucrania. Pero tampoco las disquisiciones
filosóficas. Todo ello contribuye a una riqueza de temas y perspectivas muy de
agradecer, a una narración que tiene algo de ensayística pero que no pierde
nunca el pie de la emotividad propia de unos personajes que sentimos muy
reales, representantes de la más fundamental y cercana humanidad.
No es solo la diversidad de
temas lo que contribuye a la viveza de esta narración fragmentada, sino también
la variación en los enfoques, que van desde el relato en tercera persona, a la
confesión en primera, a los diálogos, o a las numerosas y acertadas citas: “La
vida es terriblemente milagrosa, dijo Augusto. Sí, amigo. La vida es
terroríficamente bella, dije. “El dolor y el sufrimiento son siempre
inevitables para una gran inteligencia y un corazón profundo. Las personas
realmente grandes tienen una gran tristeza en la tierra”, Fiodor Dostoyevski,
dijo Augusto”.
En los personajes −y
especialmente en Liberto, el protagonista− respiramos una atmósfera de empatía,
de buena voluntad: “Me conozco y me acepto y sigo caminando. Mi decisión por
hacer el bien, por crear belleza, por hacer sentir bien a los demás es
irrestricta. Oro a los dioses para no ser irredento. Para los dioses no somos
irredentos. Para ellos somos luminosos, somos sus predilectos. Yo, sobre todo,
canto a los últimos y pequeños (la fuerza la tienen los pequeños), a los
desarraigados. Y ellos sonríen. Sin lugar a duda, son preeminentes”.
Hay también aquí una reflexión
sobre la enfermedad mental, una defensa de la vida apostando por extraer sus
más elevadas y benignas consecuencias: “No se sabe ciertamente qué es lo que
provoca una neurosis… La mente sigue siendo hoy bastante desconocida. Para
vivir esta vida hay que estar un poco loco, la verdad. Escritores y artistas
han enloquecido. Otros se han suicidado. Nietzsche se volvió loco. Van Gogh era
bipolar (tuvo alucinaciones y oía voces) y tenía epilepsia… Mantente hambriento
y alocado, dijo Steve Jobs”. Hay que preservar, por encima de los golpes
recibidos, un heroico proyecto de benignidad propia: “Nunca endureceré mi
corazón. He probado de la hiel, pero no me ha vencido. Como arma tengo la
palabra, la poesía, la literatura y la música. Mis destinatarios son los
últimos y pequeños. Los olvidados de los olvidados. Los oprimidos y marginados.
Las víctimas. A ellos les escribo y les canto”.
Y es que los personajes tienen
un permanente trasfondo sombrío, pero luchan por iluminar la vida, por
ensalzarla derrotando la tentación de la parálisis, de la queja: “Ando
últimamente un tanto mohíno, taciturno. Ahíto de mí mismo. Quedo y solitario
medito…En realidad, no sé si soy feliz o tal vez sí. Tengo momentos gozosos.
Escribir o componer canciones me hace feliz. Leer un buen libro o ver una buena
película me hace feliz. Creo que la felicidad se halla sirviendo a los demás.
No me gusta que me constriñan cosas absurdas, cosas tontas. Soy un anarquista
enamorado…”. Amar la vida es una elección insobornable: “La melancolía me hace
escuchar a Medina Azahara, sus tristes o dramáticas canciones serenan mi alma y
me hacen recordar cuando fui feliz… ¿Sufro más ahora o antaño? No lo sé. Elegí
el amor y la verdad para sobrevivir. A pesar de sufrir el desamor”.
Pero ese afán de vitalidad no
se construye sobre los momentos de la apariencia, sino que no elude los
múltiples retornos a un desaliento contra el que hay que luchar: “Parafraseando
a Denise Levertov, no sé si soy lo que pienso o lo que me ocurre. Ando una
temporada con el pensamiento limitado (como si sufriera alogia) …”. “Miedo,
tengo miedo, miedo a vivir, miedo a la muerte. Me aterra estar en el mundo, me
angustia escucharme por dentro”.
Encontramos un lamento por
cómo está hecho el mundo y por lo difícil que resulta crecer sanamente en él:
“No nos enseñan cómo vivir. La maldad nos rodea. Los errores nos carcomen. A
todo esto, cavilando, lo veo todo diáfano. Creo saber quién soy; soy ese niño
que fui. Soy solo un niño. Un niño asustado quizás, pero un niño, se dijo”.
Escribir es un alivio, un pequeño triunfo no demasiado alegre pero que hay que
renovar, una actividad noble: “En la vida hay demasiada hostilidad, un mundo de
odio y por consiguiente falto de amor. Por eso escribo, es mi forma de ofrecer
mi amor al mundo”.
Y Liberto se pregunta cómo
salvar esa distancia con los otros, a veces tan opuestos, tan distintos: “Al
relacionarme con las personas vivo la alteridad, me siento distinto con las
diferentes personas… Con cada persona siento un yo diferente o soy mis yoes. Es
la multiplicación del yo”. Ese puente
tal vez sea la empatía extrema: “Liberto tenía un deseo satisfactorio: quería
ser el tú de su amada. Quería ser el tú de sus amigos. No quiere ser yo, sino
tú… Los otros son una oportunidad, dijo Liberto”.
El escritor enamorado
es una novela singular, de tendencias anárquicas, que se apoya en una prosa que
lejos de pretender oraciones largas, perfectas, busca la verdad a través de la
acumulación de frases cortas que van constituyendo la veracidad de un
pensamiento complejo y emocionado. El lúcido y sincero acercamiento a los
personajes nos transporta a la vivencia de sentimientos limpios y nos sitúa
pacíficamente en esa ardua lucha por una felicidad que nunca se completa, que
debe convivir con los claroscuros y los altibajos de una realidad que hay que
amar, aunque solo resulte parcialmente satisfactoria.
Javier Puig
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