miércoles, 22 de mayo de 2024

El reino del amor (fragmento)

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Liberto sentía una profunda añoranza, sufría una incontrolable nostalgia por los años felices vividos y extinguidos. Recuerda cuando fue libre en esta vida maltratadora que se había convertido, en un mundo transformado hostilmente. Vivía en una cárcel invisible, sobrevivía mas bien en una prisión mental. Liberto pensaba que ya de niños somos esclavos ante la incomprensión de los mayores, el peligro a temprana edad de jóvenes violentos, el sufrimiento por el desamor, la mala suerte o las primeras injusticias, lo efímero de la felicidad, con sus momentos felices fugaces o la falsa felicidad. La divinidad nos regala momentos buenos y memorables. Somos toreros ante la vida, toreamos al miedo. Haciendo cosas con miedo, pero haciéndolas, solía decirle Julieta. El cansancio del paso del tiempo que hacía mella, la lucha contra la locura o contra la muerte. En manos de la tristeza intentamos no sucumbir, anhelando la esperanza. Mientras tanto cogiendo fuerzas con el arrobamiento, dejarse abandonar espiritualmente. Encontrando la alegría en las pequeñas cosas. Sin embargo, Penélope no era tan pesimista y arrojaba luz a Liberto. Ella le daba el cariño que necesitaba un guerreo o soldado exhausto. Haberla conocido le ofreció paz, tranquilidad, armonía y quietud. Sus amigos literatos creaban, escribían, desde el dolor y la alegría como él. Las noches eran mágicas: leyendo y escribiendo mientras la ciudad dormía. El alma reposaba en una inusitada calma. Ya llegaría el ruidoso día, sería bienvenido Liberto a la jungla de asfalto para otra batalla casi fratricida.  

 

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