La primera vez que tomé una
cerveza me resultó amarga, no me gustó, fue en realidad casi un litro de
cerveza y no me sentó muy bien ese estado de pequeña embriaguez. Yo reía de
alegría, pero era más por la compañía de los amigos y alguna amiga, me lo tomé
como un juego. Tenía trece años. Con más edad, a los quince, los dieciséis el
efecto que hacía en mi mente me gustaba; calmaba los nervios, era feliz, aunque
una felicidad falsa. Sin lugar a dudas el alcohol es una ayuda, pero tomándolo moderadamente.
Con grandes ingestas de alcohol ya se saben las consecuencias: cirrosis, por
ejemplo. Pero no os voy a engañar, si pudiera beber, hace doce años que no bebo,
me tomaría dos cervezas o dos vinos al día. Una de las cosas que elogio al
alcohol es que al tener un poco de embriaguez te ayuda a inspirarte y las musas
te visitan. Pero, no cabe duda, que los excesos del alcohol son abrumadores.
Francisco José Blas Sánchez
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