viernes, 17 de marzo de 2023

Mi padre, mi amigo

 

Mi padre trabajo cuarenta años y un día. Se ganó la vida y la libertad con su trabajo. Crió a su familia numerosa. Nos dio estudios. Lo recuerdo jugando al fútbol con mi hermano y conmigo. Las bicicletas que nos regaló. Vivió el don y la maldición de ser padre. Creo que lo conocí. Pudiera decir que nos hicimos amigos. Fue un hombre católico. Nos preguntaba si íbamos a misa. Si éramos felices. Nunca enfermó. En sus cuarenta años y un día de su trabajo, vivió el infierno de los otros, pero también el cielo. Llegado el momento de perder la tierra prometida de la adolescencia, todos estábamos ocupados, todos trabajábamos en la familia. A mí me tocó trabajar con mi padre a pesar de haber estudiado. Todo iba bien. O creo que todo funcionaba demasiado bien. Pues como rayo de tormenta, el fragor y fulgor del relámpago, como hacha invisible homicida, mi padre enfermó y prontamente murió. La iglesia estaba repleta en su entierro. Vivió solo, sin embargo, muchos le querían. Mi madre pudo descansar aliviada porque los problemas de la convivencia cesaban. El duelo lo llevamos bien. Al cabo de unos tres meses y un día perdí el trabajo de mi padre, pues mi madre vendió el negocio familiar. Yo no supe qué hacer y ni me paré a pensar. Una cosa si que hice. Seguí comprando la lotería que mi padre estaba abonado. Pasaron meses de su muerte y el día de su cumpleaños, sentado en la barra de una cafetería cualquiera leía el periódico. Cuál fue mi sorpresa que tenía un décimo de la lotería nacional premiado. Gente que conocía a nuestra familia llegaron a decir que ese dinero era santo. A veces la vida te regala cosas inmerecidas e inesperadas ¿Qué puedo decir más de mi padre? Sin dudarlo fue también mi amigo.

 

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