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La teología que es estudio sistemático y racional de la fe en la esfera de la revelación, así como a su aplicación exclusiva a este campo, pasó mucho tiempo. La teología, en un sentido originario y esencial, es el mismo de la revelación y la fe, si bien bajo la forma de reflexión metódica. La teología surge del esfuerzo del hombre por pensar y expresar su fe según la razón. La revelación que Dios dirige al hombre, como manifestación suya, es un acontecimiento existencial, que afecta al hombre y convierte a este en oyente de la palabra, capaz de recibirla y, como tal, en parte de la revelación misma. La teología es la reflexión en el tiempo, de cada época, de la inspiración por la revelación. El hombre debe estar conscientemente abierto a la revelación para traducirla correctamente en teología con un buen entendimiento. Una persona atea puede vivir una revelación.
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El acto de fe es ya en sí mismo teología. Tomás de Aquino afirmó que “credere est cum assensione cogitare” (creer es pensar con asentimiento, II-II, q.2, a.1). La fe es un acto del intelecto determinado por el asentimiento de la voluntad. La razón, arrastrada por la voluntad, admite la verdad y consiente en ella. En este sentido, la teología es una actividad natural que brota del acto de fe y que está al servicio de la fe, pero que no se convierte por sí misma en una actividad religiosa. Por eso no cabe pretender que sea imposible hacer teología sin una vida religiosa personal. Afirmar lo contrario es comprensible como una reacción contra una teología que prescinda de la realidad de la fe, pero carece de sentido ante una teología auténticamente orientada. Para elaborar una autentica teología es preciso tener el fruto de una fe fuerte. Una persona atea puede vivir una revelación.
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La escolástica medieval determinó que la teología era ratio fide illustrata, (razón iluminada por la fe), fides discursum rationis assumens (fe que asume el discurso de la razón), o, en expresión feliz de Tomás de Aquino, ratio manuducta per fidem, la razón llevada de la mano por la fe (In I Sent, prol. 3, 3., sol 3), es decir, la unión efectiva de la fe y la razón en un único discurso, la fe vertebrada y configurada de razón.
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La teología como ciencia acerca a Dios. En el sentido formal y etimológico – nos dice Tomás de Aquino – acerca a Dios. La teología como ciencia es la explicación racional de lo revelado. En tiempo de santo Tomás de Aquino: scientia conclusionum, es decir ciencia de las conclusiones que se pueden obtener procediendo de modo argumentativo. La antigua calificación de “magister in sacra página” fue reemplazada por la de “magister in sacra theologia”. Ya en Clemente de Alejandría para él la filosofía es amor a la sabiduría, pero la doctrina cristiana, que es divina, es la sabiduría misma, a la que los filósofos solo pueden aspirar. El cristiano instruido en la fe es el verdadero sabio, que conoce la sabiduría de Dios revelada en Cristo.
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1. La autoridad de la Sagrada Escritura, contenida en los libros canónicos. 2. La
autoridad de la Tradición de Cristo y los Apóstoles.
3. La autoridad de la Iglesia Católica.
4. La autoridad de los Concilios, especialmente los ecuménicos.
5. La autoridad de la Iglesia Romana o del Sumo Pontífice.
6. La autoridad de los Padres o de los santos antiguos.
7. La autoridad de los teólogos escolásticos.
8. La razón natural, que se ejerce cultivando las ciencias.
9. La autoridad de los filósofos.
10. La autoridad de la historia humana
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Las cuestiones teológicas se desarrollan en el tiempo y deben ser estudiadas diacrónicamente. A mediados del siglo XX, dicho en términos generales, la teología católica “redescubre”, a la luz de los desarrollos filosóficos de la época, la dimensión histórica o historicidad de lo humano y al mismo tiempo la historia como lugar de la revelación de Dios (si bien esta es una idea clásica en el pensamiento judío). El Dios de la Biblia es sobre todo el Dios de la historia. La Biblia, que contiene la revelación de la salvación, contiene por tanto, a su modo, la historia del mundo y necesita de una exégesis histórica y social para desarrollar, tal como ha hecho la tradición, un discurso sobre la historia universal. Esta es una idea clave en H. De Lubac, tesis compartida por K. Rahner, H. Urs von Balthasar, J. Danielou, Y. Congar, M.D. Chenu, quienes, de este modo, hacían una llamada a la recuperación del método histórico-crítico en teología, el cual sería asumido en el Vaticano II, al igual que previamente lo había sido en el campo de la Sagrada Escritura, especialmente por la encíclica Divino afflante Spiritu de Pío XII en 1943 (aunque ya se había hecho mención de él en la encíclica Providentissimus Deus de León XIII, 1943)
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Esta “sociedad liquida”, secularizada, vive inquieta, zozobrante, tiene serios problemas, que encontrarían luz al final del túnel con la teología. Hallarían sentido a la vida la persona poco o nada religiosa. Encontrarían paz con la teología, pues reflexiona la palabra de Dios. Encontrarían respuestas a sus dudas. La fe de la que habla la teología llenaría el vacío en que vive actualmente la sociedad. Porque la teología nos habla de la verdad que se encuentra en las Sagradas Escrituras. La teología aporta la verdad. La teología es la compensación a nuestro sufrimiento.